martes, 2 de noviembre de 2010

SESIÓN DE LA SALA DE LECTURA “JOSÉ MARTÍ” DEL 23 DE OCTUBRE DEL 2010

Moderador: Melina Loya.

Lecturas (5):

Autor: Mircea Eliade.
Libro: Mitos, sueños y misterios.
Capítulo: Simbolismo religioso y revalorización de la angustia.
“La historia del Rabino Eisik”

Autor: Albert Camus
Libro: Bodas
“Bodas en Tipasa”

Autor: Arthur Conan Doyle
Libro: Aventuras de Sherlock Holmes
“La caja de laca”

Autor: Jaime Mariscal
Revista: Exprés
“Cultura, antídoto contra el caos”

Autor: Jorge Bucay
Libro: Recuentos para Damián
“El elefante”

“La historia del Rabino Eisik”

...Terminaremos esta exposición con una historia jasídica, que ilustra admirablemente el misterio del reencuentro. Es la historia del rabino Eisik, de Cracovia, que el indianista Heinrich Zimmer desenterró de los Khassidischen Bucher de Martín Buber. Este piadoso rabino Eisik, de Cracovia, tuvo un sueño que le ordenaba ir a Praga: allí, sobre el gran puente que lleva al castillo real descubrirá un tesoro oculto. El sueño se le repitió tres veces y es así que el rabino se decidió a partir. Llegado a Praga, encontró el puente, pero como éste se encontraba custodiado día y noche por centinelas no intentó la búsqueda. Vagando por los alrededores, atrajo la atención del capitán de la guardia; éste le preguntó amablemente si había perdido alguna cosa. Con simplicidad el rabino le refirió su sueño. El oficial estalló en risa: "Verdaderamente, pobre hombre, le contestó el oficial- ¿has gastado tus zapatos para andar todo este camino a causa simplemente de un sueño? ¿Qué persona razonable creería en un sueño?".
Ese mismo oficial había escuchado también una voz en sueños: "Me hablaba de Cracovia, me ordenaba ir allí para buscar un gran tesoro en la casa de un rabino cuyo nombre era Eisik, hijo de Jrekel. El tesoro debía ser descubierto en un rincón polvoriento donde se encontraba enterrado, detrás de la estufa". Pero el oficial no agregaba voz alguna a las voces escuchadas en sueños: el oficial era una persona razonable. El rabino se inclinó entonces profundamente, le agradeció y se apresuró a volver a Cracovia. Cayó en un rincón abandonado de su casa y descubrió el tesoro que puso fin a su miseria.
"Así pues -comenta Heinrinch Zimmer-, el verdadero tesoro, el que pone fin a nuestra miseria y a nuestra desgracia, nunca está muy lejos, no es preciso buscarlo en un lejano país, yace envuelto en los lugares más íntimos de nuestra propia casa, es decir, de nuestro propio ser. Está detrás de la estufa, el centro dador de vida y calor que ordena nuestra existencia, el corazón de nuestro corazón, si es que supiésemos excavar. Pero ocurre el hecho singular y constante que es sólo después de un piadoso viaje en una región lejana, en un país extraño, sobre una tierra nueva, que el significado de esa voz interior que guía nuestra búsqueda podrá revelarse a nosotros. Y, a ese hecho singular y constante, se agrega otro, a saber: que el que nos revela el sentido de nuestro misterioso viaje interior debe ser él también un extranjero, de otra creencia y de otra raza".
Y este es el profundo sentido de todo verdadero encuentro; y este podría constituir también el punto de partida de un nuevo humanismo de escala mundial.



“Bodas en Tipasa”

Tipasa es habitada en la primavera por los dioses y los dioses hablan en el sol y en el olor de los ajenjos, en el mar acorazado de plata y en el cielo azul crudo; en las ruinas cubiertas de flores y la luz en gruesos bullones sobre las hacinas de piedra. A ciertas horas, la campiña negrea de sol. Vanamente tratan de asir los ojos otra cosa que las gotas de luz y de colores que tiemblan al borde de las pestañas. El olor voluminoso de las plantas aromáticas, rae la garganta y sofoca en el calor enorme. Apenas si puedo ver, al fondo del paisaje, la negra masa del Chenoua que echa raíces en las colinas que rodean al pueblo y, con seguro y pesado ritmo, se sacude para ir a acuclillarse en el mar.
Llegamos por el pueblo que ya se abre sobre la bahía. Penetramos en un mundo amarillo y azul, acogidos por el suspiro odorífero y acre de la tierra estival en Argelia. Por doquiera las buganvillas rosadas rebosan de los muros de las quintas; en los jardines hay malvaviscos de un rojo todavía pálido, profusión de rosas té y delicados setos de altos iris azules. Todas las piedras queman. A la hora en que bajamos del autobús color de ranúnculo, los carniceros hacen su ronda matinal en sus rojos carros y el sonerío de sus bocinas llama a los habitantes.
A la izquierda del puerto, una escalinata de secas piedras lleva a la ruinas por entre lentiscos y retamas. El camino pasa frente a un pequeño faro y penetra luego en campo abierto. Ya desde el pie del faro, sordas plantas grasosas, de flores violetas, amarillas y rojas, descienden hacia las primeras rocas que el mar chupa con un ruido de besos. De pie en el viento ligero, bajo el sol que nos quema sólo un lado del rostro, miramos la luz que desciende del cielo, el mar sin una arruga, y la sonrisa de sus dientes lucientes. Antes de entrar en el reino de las ruinas, somos, por vez postrera, espectadores.
Al cabo de unos pasos, los ajenjos nos sofocan. Su lana gris cubre las ruinas hasta donde la mirada alcanza. Su esencia fermenta bajo el calor, y de la tierra al sol sube, por toda la extensión del mundo, un alcohol generoso que hace vacilar al cielo. Marchamos al encuentro del amor y el deseo. No buscamos lecciones, ni la amarga filosofía que se le pide a la grandeza. Fuera del sol, los besos y los perfumes silvestres, todo nos parece fútil. En cuanto a mí, sólo busco estar a solas. A menudo vine a este sitio con aquellos a quienes amo y en sus rasgos leía la clara sonrisa que aquí adquiere el rostro del amor. A otros dejo el orden y la medida. El gran libertinaje de la naturaleza y del mar me acapara totalmente. En estos esponsales de las ruinas y de la primavera, las ruinas se han tornado piedras y, perdiendo la tersura impuesta por el hombre, han regresado a la naturaleza. Que ha prodigado flores en el retorno de estas hijas pródigas. Entre las losas del faro, el heliotropo asoma su cabeza redonda y blanca, y los rojos geranios vierten su sangre sobre lo que fueran casas, templos y plazas públicas. A la manera de esos hombres a quienes mucha ciencia hizo volver a Dios, muchos años han hecho que retornen las ruinas a casa de su madre. Por fin las abandona hoy su pasado, y nada las distrae ya de la fuerza profunda que las reintegra al centro de las cosas que caen.
¡Cuántas horas pasadas aplastando los ajenjos, acariciando las ruinas, tratando de acordar mi respiración a los suspiros tumultuosos del mundo! Sumido en los salvajes olores y los conciertos de insectos soñolientos, abro los ojos Y mi corazón a la grandeza insostenible de este ciclo cargado de calor. No es tan fácil devenir lo que se es, recuperar la propia, profunda, medida. Pero mirando el sólido espinazo del Chenoua, mi corazón se apaciguaba en una extraña certidumbre. Aprendía a respirar y me integraba y me realizaba. Ascendía, una tras otra, colinas que me reservaban una recompensa distinta, como ese templo cuyas columnas miden el curso del sol y desde el cual se ve al pueblo entero con sus muros blancos y rosados y sus verdes barandas. Y también como esa basílica de la colina oriental que conservó sus muros y en torno a la cual, en un gran radio, se alinean los sarcófagos exhumados, casi todos apenas surgientes de la tierra de la que todavía participan. Contuvieron cadáveres; por el momento, brotan de ellos salvias y alelíes. La basílica Sainte-Salsa es cristiana; pero cada vez que se mira por una grieta, la melodía del mundo llega hasta nosotros: ribazos plantados de pinos y cipreses, o bien el mar que hace rodar sus perros blancos a una veintena de metros. El alcor que soporta a Sainte-Salsa es plano en su cima y el viento sopla más ampliamente a través de los pórticos. Bajo el sol matinal, una gran dicha se mece en el espacio.
Bien pobres son los que necesitan mitos. Aquí los dioses sirven de lecho o de hito al curso de los días. Describo y digo: "He aquí esto que es rojo, que es azul, que es verde. Éstos son el mar, la montaña, las flores". Y ¿qué necesidad tengo de hablar de Dionisos para decir que me gusta aplastar bajo mis narices las drupas de lentisco? ¿Fue, en verdad, dedicado a Deméter ese antiguo himno que más tarde recordaré sin esfuerzo: "Dichoso aquel entre los vivos de la tierra que vio estas cosas"? Ver, y ver sobre la tierra, ¿cómo olvidar la lección? En los misterios de Eleusis, bastaba contemplar. Aquí mismo, sé que nunca me aproximaré suficientemente al mundo. Necesito estar desnudo y hundirme luego en el mar, perfumado todavía por las esencias de la tierra, lavarlas en él y atar sobre mi piel el abrazo por el cual suspiran, labio a labio, desde hace tiempo, la tierra y el mar. Inmerso en el agua, sobrevienen el escalofrío, la subienda de una liga fría y opaca; la zambullida, luego, con el zumbido de los oídos, la nariz manante y la boca amarga —nadar: sacar del mar los brazos barnizados de agua para que se doren al sol y sumirlos de nuevo en una torsión de todos los músculos; el curso del agua sobre mi cuerpo, esa tumultuosa posesión de la onda por mis piernas— y la ausencia de horizonte. En la playa, es la caída sobre la arena, abandonado al mundo, de vuelta a mi peso de carne y huesos, embrutecido de sol, teniendo, de vez en cuando, una mirada para mis brazos en donde las charcas de piel seca descubren, al deslizarse al agua, el vello rubio y el polvillo de sal.
Aquí comprendo lo que llaman gloria: el derecho a amar sin medida. Sólo hay un amor en este mundo. Estrechar un cuerpo de mujer es también retener contra sí esta extraña alegría que desciende del cielo hacia el mar. Dentro de un momento, cuando me arroje a los ajenjos para hacerme entrar su perfume en el cuerpo, tendré conciencia, contra todos los prejuicios, de realizar una verdad que es la del sol y será también la de mi muerte. En cierto sentido, lo que aquí juego es mi vida, un sabor a piedra ardiente, llena de los suspiros del mar y las cigarras que comienzan a cantar ahora. La brisa es fresca y es azul el cielo. Amo esta vida con abandono y quiero hablar de ella libremente: pues me da el orgullo de mi condición humana. A menudo me han dicho, sin embargo, que no hay de qué gloriarse. Sí, hay de qué: este sol, este mar, mi corazón que brinca de juventud, mi cuerpo con sabor a sal, la inmensa decoración en que la ternura y la gloria se dan cita en el amarillo y el azul. A conquistar esto debo aplicar mi fuerza y mis recursos. Todo aquí me deja intacto, nada mío abandono, ninguna máscara reviso: me basta aprender pacientemente la difícil ciencia de vivir, que bien vale el saber vivir de los demás.
Poco antes del mediodía regresábamos por entre las ruinas hacia un pequeño café a la linde del puerto. ¡Resonante la cabeza con los címbalos del sol y los colores, qué fresca bienvenida la de la sala plena de sombra, del gran vaso de verde y yerta menta! Afuera está el mar y la ruta ardiente de polvo. Sentado a la mesa, trato de asir entre mis batientes pestañas el deslumbramiento multicolor del cielo blanco de calor. Húmedo el rostro de sudor pero fresco el cuerpo bajo la ligera tela que nos viste, exhibimos todo el feliz cansancio de un día de bodas con el mundo.
Se come mal en este café, pero hay muchas frutas —sobre todo, esos melocotones que se comen a dentelladas, de manera que el jugo se desliza por la barbilla—. Cerrados los dientes sobre el fruto, oigo subir hasta mis oídos las grandes oleadas de la sangre y miro todo ávidamente. Sobre el mar, el silencio enorme del mediodía. Todo ser bello tiene el orgullo natural de su belleza y hoy el mundo deja que su orgullo rezume por todas partes. ¿Por qué negar ante él la alegría de vivir si no puedo encerrarlo todo en la alegría de vivir? En ser feliz no hay vergüenza. Pero hoy, el imbécil es rey, y llamo imbécil al que teme gozar. Se nos ha hablado tanto de orgullo: "¡Sabéis, es el pecado de Satanás! ¡Desconfiad —se nos grita—: os perderéis! Y con vosotros, vuestras fuerzas vivas". Más tarde he sabido, en efecto, que cierto orgullo... Pero, en otros momentos, no puedo dejar de reivindicar el orgullo de vivir que el mundo entero conspira a darme. En Tipasa, el ver equivale a creer y no me obstino en negar lo que pueden tocar mis manos y acariciar mis ojos. No siento la necesidad de hacer de ello una obra de arte, pero sí de contar lo que es diferente. Tipasa se me antoja como esos personajes que describimos para expresar indirectamente una opinión sobre el mundo. Como ellos, da testimonio; y lo da virilmente. Ella es hoy mi personaje, y me parece que acariciándola, mi embriaguez no tendrá fin. Hay un tiempo para vivir y un tiempo para testimoniar la vida. Hay también un tiempo para crear, lo que es menos natural. Me basta vivir con todo mi cuerpo y testimoniar con todo mi corazón. Vivir a Tipasa, testimoniar, y la obra de arte vendrá luego. Hay en esto una libertad.
Nunca permanecí en Tipasa más de un día. Siempre llega un momento en que se ha visto demasiado un paisaje, lo mismo que se necesita largo tiempo antes de verlo bastante. Las montañas, el cielo, el mar son como rostros cuya aridez y esplendor se descubren a fuerza de mirar en vez de ver. Pero, para ser elocuente, todo rostro debe sufrir cierra renovación. Y se queja uno de fatigarse demasiado pronto, cuando debería admirarse de que el mundo nos parezca nuevo por haber sido solamente olvidado.
Hacia la noche, volví a una parte del parque más ordenada, dispuesta en forma de jardín al borde de la carretera nacional. Al salir del tumulto de los perfumes y el sol, en el aire refrescado ahora por el atardecer, el espíritu se sosegaba, el distendido cuerpo saboreaba el silencio interior que nace del amor satisfecho. Me había sentado en una banca. Por encima de mí, un granado dejaba pender los botones de sus flores, cerrados y asurcados como pequeños puños que contuviesen toda la esperanza de la primavera. Tras de mí crecía el romero y solamente percibía su perfume de alcohol. Los alcores se enmarcaban entre los árboles y, más lejos aún, una orla de mar sobre la cual el cielo, como una vela al pairo, reposaba con toda su ternura. Tenía en el corazón una extraña alegría, la misma que nace de una conciencia tranquila. Hay un sentimiento que conocen los actores cuando tienen conciencia de haber desempañado bien su papel; es decir en el sentido más preciso, de haber hecho coincidir sus gestos con los del personaje ideal que encarnan, de haber entrado en cierto modo dentro de un dibujo ejecutado de antemano y que repentinamente han hecho vivir y palpitar en su propio corazón. Esto era precisamente lo que yo sentía: había desempeñado bien mi papel. Había hecho mi oficio de hombre y el haber conocido la dicha durante todo un largo día no me parecía un logro excepcional, sino el emocionado cumplimiento de una condición que, en ciertas circunstancias, nos crea el deber de ser felices. Entonces encontramos una soledad, pero esta vez en la satisfacción.
Los árboles se habían poblado de pájaros. La tierra suspiraba lentamente antes de entrar en la sombra. Dentro de un momento, con la primera estrella, caerá la noche sobre la escena del mundo. Los resplandecientes dioses del día tornarán a su muerte cotidiana. Pero otros dioses vendrán. Y para ser más sombríos, sus asolados rostros habrán nacido en el corazón de la tierra.
Ahora, al menos, la incesante eclosión de las olas sobre la arena me llegaba a través de todo un espacio en el que danzaba un polen dorado. Mar, campiña, silencio, perfumes de esta tierra, me henchían de una vida odorante y mordía en el fruto, dorado ya, del mundo, conturbado al sentir su jugo dulce y fuerte deslizarse a lo largo de mis labios. No, no era yo quien contaba, ni el mundo, sino el acuerdo y el silencio que de él a mi hacía nacer el amor. Amor que no tenía yo la debilidad de reivindicar para mí solo, consciente y orgulloso de compartirlo con toda una raza, nacida del sol y del mar, viva y sápida, que extrae su grandeza de su sencillez y, de pie sobre las playas, dirige su sonrisa cómplice a la sonrisa luciente de sus cielos.
“La caja de laca”

Pendiente…






“Cultura, antídoto contra el caos”

México es un gran país con un gran pasado. Un proyecto del que hemos dado grandes momentos desde todos los puntos de vista a la humanidad; vale la pena luchar por ello.

“La cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos”, señalaba la UNESC en su Declaración México allá por 1982.
Y la cultura, según Wikipedia, representa “el conjunto de todas formas, los modelos o los patrones, explícitos o implícitos, a través de los cuales una sociedad regula el comportamiento de las personas que lo conforman”.
Y precisamente frente a este oleaje violento y descomposición social, los chihuahuenses están demostrando que la impunidad, la inseguridad y el crimen no son el camino que queremos… y paulatinamente lo están enderezando a pesar de la omisión y los alarmantes niveles de corrupción de diversas esferas de gobierno.
Los dos casos más sonados en torno a esta “autorregulación del comportamiento ciudadano” lo vimos el 9 de septiembre pasado cuando una ama de casa enfrentó a dos ladrones que ingresaron a robar a su domicilio en la ciudad de Chihuahua matando a uno de ellos e hiriendo al otro. La mujer tiene 60 años y las autoridades tuvieron que reconocer que se trataba de un acto de legítima defensa.
El 21 de septiembre pasado, una multitud enardecida linchó a dos presuntos secuestradores en el municipio fronterizo de Ascensión después de que habían sido detenidos por policías federales.
En un símil con la obra teatral de Lope de Vega, Fuente ovejuna, el pueblo de Ascensión también se reveló ante la falta de justicia, y arrebataron a los delincuentes para tomarlos como rehenes y golpearlos con fuerza y hacer justicia por sí mismos.
“Los secuestradores murieron a causa de la golpiza”, afirmó una fuente policial, quien añadió que los habitantes estuvieron a punto de quemar los cuerpos sin vida de los presuntos delincuentes por lo que la policía los guardó dentro de un auto oficial.
El ahora expresidente municipal de Ascensión, Rafael Lorenzo Camarillo, aseguró que “el hartazgo fue lo que levó a los habitantes a tomar la justicia por propia mano”.
Algunos políticos y editorialistas como Gerardo Cortinas encuentran el símil de levantamiento armado de Cuchillo Parado (1910) con el de Ascensión (2010) precisamente ante este hartazgo ciudadano y a una demostrada incapacidad para encauzar el estado de derecho.
Para el poeta, escritor y políglota Enrique Servín Herrera, la cultura es lo contrario al mundo natural, al mundo de lo silvestre y salvaje. Sin cultura, recuerda, no seríamos diferentes al de un mandril o león. Nacemos animales, pero “lo que nos hace diferente es lo que hemos acumulado a lo largo de miles de años de civilización”.
No hemos avanzado lo que quisiéramos, reconoce, pero estamos construyendo paulatinamente todo aquello que nos hace humanos.
“Cada vez que hay una guerra surge esa bestia; cada vez que hay un motín, estamos volviendo a ese lado bestial que llevamos dentro y lo que se traduce con la ley del más fuerte que es lo bestial, lo que nos hace animales iguales a lobos o a leones”.
Enrique Servín reconoce que lo humano debemos estarlo alimentando y tenemos que estarlo protegiendo y vigilando precisamente en torno a los actuales niveles de descomposición afirma:
“Nuestra sociedad evidentemente falló en ese proceso de construcción. Nos descuidamos por diferentes flancos, claudicamos ante fuerzas a las cuales les interesaba tanto desde adentro como desde fuera del país que falláramos en ciertas áreas, porque por supuesto lo bestial es un buen negocio, la droga puede ser un buen negocio, el crimen puede ser un buen negocio y como sociedad fallamos en todo eso”.
En entrevista con Exprés, el escritor reconoce por tanto que la cultura es uno de los aspectos de la construcción de la humanidad y por lo tanto debemos considerarla central y vital en ese tejido social que debemos construirla poco a poco, pues precisamente por esa desatención ahora es cuando ya estamos preocupados.
Y lo comprobamos, añade, cuando vemos con qué facilidad un jovencito de cualquier parte de la ciudad podría matar por mil o 5 mil pesos a un ser humano. Ya vimos con qué facilidad se logra eso, y claro que un joven que no tiene acceso a la educación, al deporte, al trabajo, a la cultura pues le entra a eso porque llevamos ese lado bestial que está siempre oculto de nosotros y está esperando su momento para saltar con todas sus fuerzas.
Servín hizo un llamado a la construcción de lo humano y recordó que la cultura tiene un papel central porque la cultura le da sentido artístico, simbólico y nos dota de una identidad colectiva, de un sentido de respeto, pero sobre todo de un sentido de lo humano.
Reconoce que el gobierno está entendiendo esa necesidad de más cultura aunque de manera tardía, pues todavía es inferior al 2 por ciento del PIB que recomienda la UNESCO.
“Debemos realizar acciones en todos los sentidos, desde aspectos legales o jurídicos, legislativos, económicos, educativos. Desde muchos flancos debemos atender este renglón para que sean los fenómenos de civilidad y de una cultura por la legalidad y por el respecto las que normen nuestra sana convivencia”.
En suma, reestructurar una verdadera política pública humanista, pero partiendo de un sentido igualitario, porque vivimos una terrible desigualdad social en donde México tiene los hombres más ricos del mundo y el estado tiene también una de las poblaciones más pobres como son los indígenas de la sierra Tarahumara.
“Somos un país muy grotesco y no nos damos cuenta de eso. Somos un país muy racista y no nos damos cuenta”.
“Necesitamos hacer algo entre todos, recuperar antes que nada la certidumbre de que México es un gran país de que tiene un gran pasado, de que es un proyecto muy viable de que hemos dado grandes momentos desde todos los puntos de vista a la humanidad y que vale la pena luchar por ese proyecto en común que es este país del cual formamos parte y que en ese proyecto en común tiene que estar fundado en esa recuperación del humano y que dentro de esa orientación, lo cultural y educativo tienen un gran papel muy importante que cumplir”.



“El elefante”

http://www.ronpeolas.com/paginas/programa/textos/Elefante.html